miércoles, 13 de octubre de 2010

El precio justo

La mayoría de las personas tenemos sueños y anhelos. Algunos son más osados que otros. En la vida, Dios a veces permite que vivamos tiempos sin mayores dificultades. Por ejemplo, existen personas que pocas veces experimentan la necesidad apremiante de tener que salir a buscar trabajo (aclaro que considero excelente buscar trabajo y no estoy de acuerdo con aquellos que se la pasan todo el día viendo televisión a la espera de que todo les llueva desde cielo directamente a sus manos). Muchos tienen la bendición de recibir buenas propuestas de trabajo siendo ese aspecto de sus vidas un tema menos de preocupación. Para muchos, hasta cierto punto, la vida fluye de manera natural. A veces, tienen problemas como todos, pero deben reconocer que no pueden quejarse. Muchas veces Dios nos lleva de la mano de una etapa a otra permitiéndonos simplemente disfrutar el viaje. Esto me recuerda a cuando era niño y con mis padres íbamos en verano al río. De ninguna manera iban a dejarme ir a lo profundo, puesto que mis facultades a esa edad sólo alcanzaban para mantenerme seguro en lo bajo. Cuando alguien se encuentra en aguas poco profundas, siente que es capaz de sacar adelante casi cualquier situación haciendo relativamente poco esfuerzo, no hay demasiado sacrificio por hacer.


Ahora bien, por más trillada que suene esta comparación, siento que muchas veces necesitamos recordar que vienen tiempos a nuestras vidas en los que debemos quitar el piloto automático y comenzar a pagar el precio por nuestros sueños. Llega el momento en donde debemos hacer nuestra parte para activar lo nuevo que Dios tiene para darnos. Yo identifico que me encuentro en estos tiempos cuando siento como si hubiera llegado a una frontera, a un límite, como si hubiera topado con una pared detrás de la cual se encuentra la realización de los verdaderos sueños que uno tiene, la concreción de aquellos anhelos tan deseados en lo más profundo del corazón. Es en ese momento que me doy cuenta de que estoy en la última parte del río en la cual hago pie. Si doy un paso más tendré que comenzar a nadar, tendré que esforzarme y comenzar el verdadero proceso de cruzar al otro lado.

El libro de Ezequiel lo grafica de esta forma:

Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado.” (Ezequiel 47:3-5).

Llega un momento en la vida de todos en el que tenemos que tomar la decisión de si nos embarcamos en las profundidades o no quedamos estancados donde estamos. Vienen tiempos en los que la cosa ya no viene más sin esfuerzo y tocamos nuestro propio techo. Ese será el momento a partir del cual deberemos verdaderamente pagar el precio por aquello que tanto anhelamos.

En el año 1991, un reconocido sicólogo de Florida State University llamado Anders Ericcson llevó a cabo un experimento que ayuda a ilustrar este punto. El estudio tomó como muestra a tres grupos de jóvenes violinistas de la Academia de Música de Berlín Oriental (hacía poco había caído el Muro). El primero era el de los más destacados, es decir, de los que iban camino de volverse concertistas de renombre mundial. El segundo, de los que podían aspirar a ser violinistas de sinfónica. Y el tercero, de los que tenían su futuro como profesores de violín. Todos habían empezado a tocar a la misma edad. Terminada la investigación, lo que distinguía a los primeros es que con 20 años de edad ensayaban más de 30 horas a la semana, con lo cual ya habían acumulado en total unas 10.000 horas de práctica. Cada uno de los segundos, en cambio, había ensayado 8.000 horas, y los terceros apenas superaban las 4.000. Hasta ahí, todo bien. Lo más extraordinario del experimento, es que el estudio no reportó una sola excepción.

El nuevo testamento, en Mateo 16:24 llama a esto “tomar la cruz”: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”

La cruz es la clave. Aquellos que anhelamos pasar a otro nivel, alcanzar nuevas profundidades en el ministerio, sentirnos verdaderamente realizados y plenos en el propósito que Dios tiene para nuestras vidas, no tenemos otra alternativa que tomar la cruz. Tomar la cruz significa que nuestras manos y pies están clavados como símbolo de que existe un precio que pagar para alcanzar la meta. Estoy totalmente de acuerdo con la afirmación que dice que en Cristo somos libres. Pero es justamente esa libertad la que nos ofrece la opción de sacrificarnos eliminando de nuestras vidas aquellas cosas que nos desvían del camino correcto.  Hay un poder tremendo que viene a nuestras vidas cuando descubrimos el secreto de negarnos a nosotros mismos y no nos permitimos aquellas cosas que no son compatibles con quienes somos y lo que queremos lograr en Cristo. Ciertamente hay un precio que pagar, un proceso que atravesar hasta llegar a nuestra tierra prometida. Sin duda que el camino no promete ser sencillo, pero seguramente valdrá la pena y dará sentido a nuestras vidas.

Para terminar quisiera agregar un punto más a esta reflexión. Por lo general, el precio depende del propósito y el sueño particular de cada uno. Sin embargo la Biblia nos enseña que el primer precio que uno debe pagar siempre es buscar primero el reino de Dios: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33). Esto es una ley tan vigente como la ley de la gravedad o cualquier otra ley física. Se trata de invertir nuestro mejor tiempo, nuestras mejores ganas y fuerzas en buscar a Dios y conocerle. Todo lo demás, está garantizado y no tenemos que preocuparnos por ello.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que Bendición este mensaje!!! Cuántas veces el buscar primeramente el reino de Dios, se pasa a un segundo plano y lo hacemos si es que lo hacemos con lo último y peor de nuestras fuerzas, con lo poco que queda y comprado con la energía que ponemos en las cosas de esta tierra es muy poco.
Gracias Dulce y Jorge por este mensaje!!!! es muy motivador y toco el fondo de mi alma!!!
El Señor les Bendice mas allá de sus espectativas!!!
Un beso y abrazo enorme desde Cordoba
Iván Rodríguez Jáuregui

Anónimo dijo...

WOW, geniallll esta publicación, gracias por compartirla! En serio me llegó fuerte..
A reflexionar y atraverse a las aguas profundas!! :)
Cariños.
Meli Retamar